JUANA DEL RIO (primera parte)

PRIMERA PARTE

El profesor Manrique trabajaba en su oficina a puerta abierta, y no esperaba a nadie, cuando Juana se recostó en el marco y desde allí lo saludó.
El profesor levantó la mirada de los papeles y al ver de quién se trataba, reaccionó de un tirón.
─ Adelante, mujer, adelante─, dijo y se levantó de donde estaba, rodeó el escritorio y fue a recibirla.
Juana se quedó detenida en el vano de la puerta. Traía puesto un escote y en los labios una sonrisa encantadora.
Cuando el profesor se acercó, fascinado por la visita, pasó la mirada por el escote.
─Pasa, Juana, siéntate.
Juana entró en la oficina, se acomodó en una de las sillas al frente del escritorio y se corrió el cabello. Tenía un calor insoportable. El profesor esperó a que la chica se acomodara y, verificando que nadie andaba por el corredor, cerró la puerta de la oficina.

Manrique y Juana cultivaban una “amistad” soportada en mutuos intereses. Para un profesor no hay nada más excitante que follarse una alumna. Y una estudiante, de notas regulares y sin escrúpulos, no tiene dificultad en llegar a un acuerdo, el que sea, máxime cuando el susodicho es el decano de la facultad, con el poder de influenciar en el resto del profesorado.

─Y… Cuéntame─ dijo Manrique al cerrar la puerta ─¿Qué haces hoy por aquí?
El profesor, desde atrás, le miró los hombros. Posó las manos sobre ellos y comenzó a acariciarlos en silencio. Eran de una suavidad angelical. Manrique miró desde arriba el escote. “¡Por dios!” pensó, e inclinándose, comenzó a besarle los hombros. Luego la besó en el cuello. Juana en silencio, dejaba hacer.

Mientras el profesor se entretenía en su cuello, ella se miró las uñas y pensó que ya merecían un nuevo esmalte. Luego miró el reloj con impaciencia.
─Vamos a hablar, o no─ dijo dándole al profesor un golpecito en la cabeza y remató ofuscada:
─Abre ya esa puerta… Van a sospechar─. Pero Manrique no hizo caso.
Entonces Juana dijo:
─Ese profesor Alberto Ramírez es un malvado, ─dijo Juana mientras el profesor se entretenía en sus hombros─ ayer me puso una nota de tres, y luego, cuando hable con él, no quiso subir la calificación.

Manrique estaba excitado. Descendió uno de los cordones de la blusita, dejando el hombro desnudo por completo. La piel de Juana era Bellísima. Al profesor comenzaba a endurecérsele. Juana se levantó de golpe.
─No me estás poniendo atención, mejor vuelvo otro día─, e iba a salir de la oficina cuando Manrique la agarró con fuerza de un brazo y la empujó contra la pared.
─Cuál es el afán, niña─, dijo Manrique enardecido, ─¿no ves que el bloque de oficinas está más solo que nunca?..., relájate.
Pero Juana dio un paso y quiso salir. Entonces el profesor la empujó y ella quedó atrapada, con la espalda contra la pared y él apretándola de frente. Lo que más oprimía Manrique era su polla, que la restregaba sin pudor contra una de las piernas de la chica. Juana sintió un asco terrible. Estaba furiosa, pero con sus fuerzas no lograba salir del apriete. En cualquier instante haría una locura para sacarse al profesor de encima. Así que se quedó quieta. El profesor, sin dejar de besuquearla con desespero, comenzó a desabrocharle el botón delantero del pantalón. Juana dejó que el ansioso profesor actuara. El asunto parecía una violación. Cuando el tipo dejó de chuparle la boca, y agachó la cabeza para ver lo que hacía con el botón del pantalón, Juana estiró la mano y agarró el bronce de la Venus desnuda, que descansaba sobre una pilastra, y lo asestó contra esa cabeza. Fue un golpe certero. La Venus fue a dar contra el cráneo y el profesor cayó al suelo. Un reguero de sangre comenzó a inundar el piso de la oficina. Juana se quedó atónita, con el corazón sumamente agitado. Llamó una y otra vez al profesor, pero éste no contestaba. En el rostro de Juana se caló un miedo terrible. Manrique yacía inmóvil, como un saco de carne vieja.
Con la Venus todavía en la mano, no podía creer que el profesor estuviera muerto. Juana perdió el control. Se precipitó al baño de la oficina, miró en el botiquín, sacó pañitos húmedos y regresó al cuerpo tumbado. Quería secar el charco de sangre. Muy rápido calló en cuenta de que los pañitos no servirían. ¿Cómo iba a explicar ese crimen? Pensó, ¿Y si sus padres se enteraban? ¿y si toda la universidad se daba cuenta?
─¡Qué voy a hacer ─gritó─, maldita sea!..., ¡Este tipo está muerto!

La única salida era escapar. Loca de desesperación, empacó en su bolso el bronce, diciéndose que era la única prueba donde estaban sus huellas. Sin perder un minuto abrió la puerta de la oficina. Cuando hizo esto se cuidó de no dejar sus huellas, utilizando el borde de la camiseta al agarrar la manzana. Así lo hacían en las películas. Abrió y miró el corredor. Estaba solitario. Salió al pasillo y cerró la puerta. Atormentada, imaginó el momento en el que hallaran el cuerpo sin vida del decano. Se preguntó si lo encontrarían esa misma tarde o si tardarían algunos días en toparse con un cuerpo en descomposición. Muerta del susto corrió por el pasillo y alcanzó las escalas del fondo. Tenía prisa, una prisa horrible. Ahora lo más importante era salir de la universidad, deshacerse del bronce de la Venus, y encontrar donde esconderse.

CONT...

1 comentario:

Anónimo dijo...

y que pasó?