
Cuando mi bisabuelo recibió, en la sala de su casa, a un desconocido y joven apuesto que venía a pedir la mano de su hija, se quedó parado, mirando al tipo con seriedad, pero por dentro se moría de las ganas por saltarle encima y abrazar al pretendiente, felicitarlo y fijar de una vez la fecha del matrimonio. La alegría de mi bisabuelo se debió a que su hija, con 18 años, ya se iba quedando solterona. Así empezó la historia marital entre mi abuela y mi abuelo. Un par de chicos desconocidos que ya tenían fecha de boda.
En su candidez y enamoramiento la niña estaba feliz. Creía que el papel de una buena esposa se limitaba a los quehaceres de la casa y a esperar cada año el milagro de la cigüeña. A su edad y bajo una estricta educación no tenía ni idea del verdadero origen de los hijos, ni de las atenciones que debía tener en la cama. El cuento de la cigüeña se lo creía enterito. Su mamá, previendo los terribles sucesos que le esperaban a la niña durante la noche de boda, tuvo que volverle a explicar en la víspera del matrimonio, ahora con lujo de detalles, todo el asunto de los hijos. Para la niña fue decepcionante. ¿Estar desnuda en la cama con su esposo? ¿tocarle el pipí y dejárselo meter por dónde? No lo podía creer. Casi se desbarata el matrimonio y en la luna de miel, el amor y la felicidad, fueron reemplazados por el miedo y el fastidio.
La cigüeña no siguió trayendo muchachitos
Educando a sus hijos, la abuela no cometió la crueldad de alimentar hasta la última noche la fantasía de la cigüeña. Eran los últimos días del ave zancuda, moría su mito, que según reza la tradición llegaba desde París con los bebés amarrados de su enorme pico. A la siguiente generación, la de nuestros papás, no le tocó salir volando en pañales desde la Ciudad Luz, ni cruzar el océano, para llegar a las montañas antioqueñas. Pero otro cuento, todavía más tenebroso, seguía torturando a los pelados: crecimiento de pelos en la mano a causa de hacerse la paja. Y a pesar de la tétrica imagen, de una mano peluda, los muchachos seguían frecuentando los amoríos con Magnolia y no faltó quien, por si las moscas, se compró una máquina de afeitar. Pero no sólo había que cuidarse de la posible metamorfosis sufrida en la mano. La naturaleza le había entregado al hombre un número limitado de cañonazos y si uno de ellos se explotaba en la mano ese disparo valía por dos. Así que los infortunados muchachos de esa época, cuando se hacían una paja, terminaban cansados y sufriendo, mirándose en la mano el nacimiento de los vellos y mortificados con una impotencia precoz. Esto sin contar con el camino que seguían directo al infierno, a verle la espeluznante cara al diablo que, aferrado de su enorme trinchete y boliando la cola como un gato, los esperaba para tirarlos a la paila mocha.
Que los papás y las abuelas hayan sobrevivido con uno que otro trauma, y no totalmente locos, es una hazaña que se les debe reconocer. Eran agobiantes todas las creencias que los amarraban. Las mujeres carecían de sentimientos sexuales y durante la menstruación no debían practicar deportes, ni bañarse o lavarse la cabeza. Según se comentaba, durante la primera relación sexual era imposible quedar embarazada y la misma posibilidad de embarazo quedaba conjurada si después de un polvo la joven saltaba repetidas veces. ─Lo increíble es que el mito de los saltos, como método anticonceptivo, todavía se conserva en nuestra comunidad parroquiana─. Además, estaba totalmente comprobado que la amplitud de las caderas era un claro signo de que la joven ya no era virgen. Pero si aún se tenía la duda, bastaba con mirarle la raíz de los mulsos, o sea en el centro mismo de interés, y, si no cerraban totalmente en este punto, ahí tenías la prueba evidente de una virgen menos.
Los curas de la iglesia, metidos en sus sagrados recintos y seguramente muertos de la envidia, amenazaban a los feligreses con el veredicto del feroz pecado si el placer en la cama no llevaba obligatoriamente a la procreación.
Informe Kinsey

Llegados a este punto toca decir lo que siempre se dice de los mitos: que son un conjunto de creencias que tienen la pretensión de ser verdades, que son alimentados por la ignorancia y que en este caso explican lo que nadie explica. Además tampoco se puede pasar de largo sin antes ponerle una espina a los curas y a su mojigata institución, responsables del tenaz atraso que sufrimos en este y en otros temas de estudio.
En 1.948 el doctor Alfred Kinsey, biólogo estadounidense y pionero en investigaciones sobre el comportamiento sexual humano, publicó su libro Comportamiento sexual en el hombre y en 1.953 Comportamiento sexual en la mujer, en los que dio a conocer sus descubrimientos. Estos se basaron en entrevistas a 18.000 hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes con alguna educación universitaria. Kinsey y sus colaboradores realizaron las entrevistas cara a cara, llenando varios formularios que llegaban a tener hasta 500 ítems. Las dos obras fueron polemizadas tanto por el tema, por las preguntas que intentaban resolver, lo íntimo de las respuestas y lo escandalosas que resultaban las conclusiones, como por la cruda manera de llevar a cabo el experimento.
El estudio arrojó estadísticas que en su momento perturbaron a la comunidad. Y según afirman otros especialistas, en la actualidad, los números del informe Kinsey han variado muy poco. Los siguientes son algunos datos importantes del estudio. De las encuestas se infirió que casi el total de los hombres y la mitad de las mujeres han tenido relaciones sexuales antes de casarse. Así mismo se estableció que el 10% de las mujeres nunca había llegado al orgasmo. Además, uno de cada diez varones había practicado sexo anal dentro del matrimonio. En cuanto a las aventuras extramatrimoniales, la mitad de los varones casados y la cuarta parte de las mujeres confesaron haber tenido alguna experiencia de este tipo. El 70% de los hombres dijo haber tenido al menos una relación sexual con una prostituta. Y para que el asunto de la masturbación quedara en cifras se concluyó que el 90% de los hombres y el 62% de las mujeres habían tenido sexo solitario. Por lo demás, la mitad de la población de hombres y mujeres practica con frecuencia el sexo oral.
Mitos modernos

El tamaño de “las partes nobles” del hombre siempre será motivo de discusión, aunque los especialistas en el tema convergen al afirman que el tamaño no importa. Pero yo pienso lo contrario. A las mujeres les importa el tamaño. Y mucho. Y para comprobarlo basta ponerles un video porno con un negrote y su astrolabio, para que se pongan coloradas y abran la boca sorprendidas y antojadas.
De las mujeres se cree que, por naturaleza, tienen menos deseo que los hombres, que se tardan más en alcanzar el orgasmo y que deben esperar a que el hombre lo proporcione. Y del hombre se dice que siempre debe estar dispuesto y que nunca debe decirle "no" al sexo.
Aún hoy seguimos creyendo en estos mitos descabellados. Se entiende que en otros tiempos, con la poca información disponible y el pudor de la gente, todas estas creencias calaran en la cultura. Pero hoy con el crecimiento de los medios de comunicación se puede acceder a material muy serio y especializado relativo al tema. Además las personas están más abiertas y menos temerosas y se animan a discutir este tipo de creencias. Lo cierto es que una de las mayores conclusiones que tuvo entre manos el doctor Kinsey, y que al parecer aún tiene vigencia, es que las personas, a pesar de practicarla, vivirla y hablarla, saben muy poco de sexualidad.
3 comentarios:
Muy gracioso, pero es real.
Definitivamente muy real y todavia hay miles de personas que vivimos o viven teniendo miedo y observarndo el mundo como un tabú!!!
Andrés me encanta como escribes!!!!
Lo que sucede es que el tabú hace más rico todo. Sobre todo a las que nos gusta ir en contra de todas esas tonterías. Pero disfrutamos que los "otros" tengan esos miedos.
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