Henry Poincaré decía que el estado más alucinante de la mente se alcanza de manera natural en las horas de la madrugada, luego de una noche en vela. Yo también lo creo así. Lo creo, porque lo he vivido. A las cuatro y media de la mañana, si no se ha pegado el ojo durante la noche, las cadenas asociativas trabajan distinto. Es un estado alterado de la conciencia. Cuando se pasa en vela, el intenso olor de la madrugada y el azul eléctrico del cielo son impresiones cargadas de potencia.
Pero siguiendo con el cuento de Poincaré:
Henri Poincaré fue un sujeto que desarrolló varias de las más alucinantes ideas sobre física en el siglo pasado. Su trabajo se destacó por su desarrollo de las llamadas funciones fuchsianas. Pero lo más jodido de su estudio se vio reflejado en la anticipación a la teoría del caos.
En total, un mostro de las ciencias exactas. Matemático obsesivo, crítico incurable de la cotidianidad, fue atraído por una atractiva aristócrata parisina y esto fue lo que le escribió en un ataque de violenta sinceridad.
Los siguientes textos fueron extraídos de los diarios de Poincaré. Varios de ellos se encontraron tambien en sus cartas. No está de más decir que varios de los apuntes son bastante ridículos, pero ya lo decía Pessoa: "Las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas".
"Las relaciones que más nos agobian, las que más nos obsesionan, son las que nunca comienzan"
“La última vez que tuve la potente experiencia de estar despierto a las cuatro de la mañana, sin haber bebido un trago de licor, fui abaleado por los violentos besos de una princesa blanca, inteligente y terriblemente sensual. A pesar de su aparente ingenuidad, se trataba de una princesa delirante, fugada de algún relato de Choderlos de Laclos. Su mirada era tan trasparente que se podía ver su alma de los siete años.”
“Durante toda la madrugada yo invoqué su nombre y lo repetí como pronunciando un mantra. En la tradición budista e hinduista existen palabras cargadas de poder, los mantras. Sílabas, palabras, frases en sánscrito, que se recitan durante el culto para cargar de energía la meditación. Esa noche recité mi mantra, mis palabras de poder: su nombre. Lo recité abrazándola, ella desnuda y mirándola a los ojos. Gracias a esa constante invocación hice consiente cada minuto que trascurrió."
"Lo que produjo esa constante repetición, fue haber despertado con increíble vigor mi sensibilidad y mis sentidos de percepción. Todo lo viví con absoluta conciencia. Cada caricia suya, cada rincón de su cuerpo, cada gota de sudor, cada sonrisa, cada gemido. Todo lo que ella es y cómo es, lo tengo en mi memoria. "
"Sabía que no se volvería a repetir. Esa fue la razón por la que durante nuestro encuentro estuve más concentrado que nunca. Tenía que vivirla, a ella, con una conciencia feroz y aguda. Tengo que decir que fue una noche endemoniada y terriblemente intensa. Esa noche yo la devoré, la devoré toda, porque era MI única oportunidad.”
Pero, ¿de quién estaba hablando Poincaré?
Dictando sus cátedras desde el tablero, el profesor siempre había sido vulnerable al sereno rostro de una preciosura que lo miraba desde los pupitres. Fue una tortura verse obligado a seguir con la exposición sin quedar en evidencia. Pero a la vez fue un deleite robar la atención de todo el salón. Como un masoquista, en ese momento, el profesor gozaba con una tortura, los nervios y el ego. Fue un martirio delicioso.
Ese fue el caso del físico francés cuando conoció a Madame Teresa du Châtelet en la Universidad de Caen, en París.
Si Poincaré sólo tuvo una oportunidad, una sola noche para disfrutar de esa amante yo le entiendo cuando escribe esas cursilerías en su diario. Lawrence Durrell decía: “Con una mujer se puede hacer una de tres: quererla, sufrir o hacer literatura.” Por otro lado, Henry Miller dijo en sus diarios que un hombre escribe para expulsar el veneno que ha acumulado debido a su estilo de vida falso.
Sigamos con los diarios de Poincaré.
“Luego de llenarle de besos el cuello, resbalé las bragas por sus piernas y quedó completamente desnuda. Su piel blanca, de porcelana china, era fantástica. Besé sus palpitantes senos. Estaban tibios y deliciosamente frescos. La curva de su cintura era omnipotente. Suena un tanto exagerado decir “omnipotente”, es decir, que todo lo puede, pero no es menos. Su trasero todo lo puede, todo. Es un culo fantástico.”
Estos párrafos, si bien parecen bruscos, son extremadamente sinceros.
“Últimamente he pensado mucho en sus nalgas. Las he repasado con la imaginación. Las he mirado tanto, las he apretado tanto, las he besado, mordido, arañado, amasado y lamido, que me sé de memoria. Su culo, es un culo incongruente, ilógico, es un culo que se modifica, que se transforman, su culo es inteligente, un culo camaleónico, sabe mostrarse o esconderse, sabe hacerse superficial pero a la vez penetrante, sabe ser estremecedoramente frívolo y a la vez perspicaz. Hasta entonces, y a pesar de la vibrante revolcada que nos ofrecimos, sé pocas cosas suyas, pero tengo la seguridad que desde ya tengo un rayón en mi memoria producido por esas fabulosas carnes."
"Muchas veces he sentido que la suerte llega a su final, que la rueda de la fortuna gira y el ángulo de la miseria con sus penurias y tristezas se acerca para arrebatarme el ocio, la lectura, el café y las tardes de lluvia tirado en mi sofá, llega la angustia, el malestar, la tristeza. Gira la rueda, se alzan las responsabilidades y decaen los placeres. Giro atrapado en la maldita rueda y quedó atado en la firma de una factura, en un jodido escritorio de oficina, en una reunión con mis queridos y estúpidos colegas ingenieros. La rueda continua su efable circuito y la gente que habla tanto, los miriñaques de las señoritas, las festividades en la plaza, las tías solteronas y todo aquello que tanto aborrezco me atrapan en una viscosa y repelente melcocha. Mi alivio llega cuando pienso en su encuentro, su cara, su boca, sus palabras. Cuando pienso en su trasero vuelvo a tenerle fe a la vida, creo en dios y en el azar.”
“Estaba asustado y flácido. Me dio vergüenza. ¿Qué pensaría? Que soy un vejete, un impotente, un marica. Yo muriendo por hacerle el amor y ella pensando en mi tibieza. A mi sexo le hacía falta adaptarse a una nueva mirada.”
Llegados a este punto, me da lástima pensar en Poincaré. La desventaja que tenemos los hombres en el sexo es que no podemos actuar. Después de años de dedicación, uno puede interpretar a Hamlet o a Ricardo III, incluso a Romeo. Puede lograr, al cabo de un tiempo, una imitación más o menos digna de Marlon Brando en El padrino o de Al Pacino en Caracortada. Puede personificar a Terminator, a Batman, al Pingüino, a Neo, a Rocky. Puede concebir el papel que se le ocurra, armado de tenacidad y con buenos maestros; pero hay algo sobre lo cual nunca obtendrá resultados: jamás podrá actuar una erección.
“Menos mal llegó mi desquite. Después de esperar tanto tiempo, por fin, la curiosidad que tenía por su cuerpo quedó saciada. Recorrí con besos su cuerpo entero, desde sus tobillos hasta su frente. Mordí sus rodillas, la ingle y los hombros. Le besé la clavícula. Le besé el pubis. Jugamos al sexo en una y otra postura, y cuando flexionó una pierna, estiró el empeine, hizo un giro, levantó la cola y apreté con ganas su sensual cuadril griego. Oscilamos como gatos en un tejado. Su alma es una vorágine de violencia sexual.”
“Esa noche, estaba tan excitado que tuve que hacer un esfuerzo titánico para no descargarme al minuto. Ofrecí una oración por mis disciplinados ejercicios de respiración y las técnicas orientales de contención aprendidas. Uno puede pasarse la vida sin haber memorizado nunca una línea de Petrarca, pero lo que no se perdona es sufrir de eyaculación precoz.”
“Le acaricié el sexo. Dale otra vez, dijo ella, dale, tócame otra vez, pasa el dedo así, mira, así. De esto, dijo, nos estábamos perdiendo. Quiero que lo hagamos muchas veces, muchas muchas veces. Me encanta el sexo, dijo y me besó. Afuera se escuchaban cantaores de flamenco. Esas canciones no sonaron ahora, dije. Sí, contestó, sí sonaron. Le llené la cara de besos y su rostro quedó grabado en mis labios. Giró y le acaricié la espalada. Veintitres lunares tiene en ese cielo blanco. Ella dijo: me encantan tus ocurrencias cuando estás desnudo, eres más divertido así.”
“Más tarde, jadeante, me puse encima suyo y sentí, a través de mi cuerpo, el cuerpo de ella. Respiré su aliento acalorado. Mirándola fijamente a los ojos, me di cuenta de que ella no sólo había desnudó su cuerpo. Con el cabello suelto y sus piernas enredadas en las mías, había desnudado su rostro, su más íntimo rostro. Sin el más mínimo pudor había desnudado sus ojos y sus labios. Desde entonces conozco su verdadera mirada y su verdadera sonrisa. ¿Tú la has visto? ¿La conoces? ¿Te ha sonreído? Bien, esa sonrisa suya en la calle, no es su sonrisa. Esos ojos suyos en la calle, no son sus ojos, ni sus labios, ni su piel, ni nada. Para conocerla, tuve que desnudarla y hacerle el amor, como se lo hice esa madrugada. Sexándonos, no solo había desvestido su cuerpo, había desnudado sus movimientos, sus apetitos, sus deseos, su desenfreno, su pasión. Me confesó sin miedo y condicionamiento el laberinto de su historia. Me reveló sus amores, sus obsesiones, sus fracasos, sus temores y sus sueños. Desde entonces, la conozco a fondo. Sexándonos como animales salvajes, le confesé quien era yo y ella también me reveló quien era. Me enseñó todo lo que fue, lo que es y lo que será. Ya no quedaba misterio, ya no había espacio para las mentiras y las posibles máscaras quedaron completamente derrotadas.
Finalmente, me quedé espiando su cuerpo desnudo y perfecto y me dormí aterrado abrazando a la mujer más bella de la madrugada. No la he vuelto a ver. ¿Por qué se fue?”
Al parecer Madame Teresa du Châtelet dejó muy mal ubicado al francés. Tal vez tuvo miedo, tal vez se asustó por los motivos posteriores, por alguna confesión insospechada, pero lo cierto es que el francés no cuenta en sus diarios qué sucedió finalmente con Madame, tal vez, ni él supo lo que motivó su partida.
Para terminar Poincaré escribió: “Una historia de pasión puede volverse, muy fácilmente, una historia de amor, lo contrario es mucho más improbable.”
Henri Poincaré fue un sujeto que desarrolló varias de las más alucinantes ideas sobre física en el siglo pasado. Su trabajo se destacó por su desarrollo de las llamadas funciones fuchsianas. Pero lo más jodido de su estudio se vio reflejado en la anticipación a la teoría del caos.
En total, un mostro de las ciencias exactas. Matemático obsesivo, crítico incurable de la cotidianidad, fue atraído por una atractiva aristócrata parisina y esto fue lo que le escribió en un ataque de violenta sinceridad.
Los siguientes textos fueron extraídos de los diarios de Poincaré. Varios de ellos se encontraron tambien en sus cartas. No está de más decir que varios de los apuntes son bastante ridículos, pero ya lo decía Pessoa: "Las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas".
"Las relaciones que más nos agobian, las que más nos obsesionan, son las que nunca comienzan"
“La última vez que tuve la potente experiencia de estar despierto a las cuatro de la mañana, sin haber bebido un trago de licor, fui abaleado por los violentos besos de una princesa blanca, inteligente y terriblemente sensual. A pesar de su aparente ingenuidad, se trataba de una princesa delirante, fugada de algún relato de Choderlos de Laclos. Su mirada era tan trasparente que se podía ver su alma de los siete años.”
“Durante toda la madrugada yo invoqué su nombre y lo repetí como pronunciando un mantra. En la tradición budista e hinduista existen palabras cargadas de poder, los mantras. Sílabas, palabras, frases en sánscrito, que se recitan durante el culto para cargar de energía la meditación. Esa noche recité mi mantra, mis palabras de poder: su nombre. Lo recité abrazándola, ella desnuda y mirándola a los ojos. Gracias a esa constante invocación hice consiente cada minuto que trascurrió."
"Lo que produjo esa constante repetición, fue haber despertado con increíble vigor mi sensibilidad y mis sentidos de percepción. Todo lo viví con absoluta conciencia. Cada caricia suya, cada rincón de su cuerpo, cada gota de sudor, cada sonrisa, cada gemido. Todo lo que ella es y cómo es, lo tengo en mi memoria. "
"Sabía que no se volvería a repetir. Esa fue la razón por la que durante nuestro encuentro estuve más concentrado que nunca. Tenía que vivirla, a ella, con una conciencia feroz y aguda. Tengo que decir que fue una noche endemoniada y terriblemente intensa. Esa noche yo la devoré, la devoré toda, porque era MI única oportunidad.”
Pero, ¿de quién estaba hablando Poincaré?
Dictando sus cátedras desde el tablero, el profesor siempre había sido vulnerable al sereno rostro de una preciosura que lo miraba desde los pupitres. Fue una tortura verse obligado a seguir con la exposición sin quedar en evidencia. Pero a la vez fue un deleite robar la atención de todo el salón. Como un masoquista, en ese momento, el profesor gozaba con una tortura, los nervios y el ego. Fue un martirio delicioso.
Ese fue el caso del físico francés cuando conoció a Madame Teresa du Châtelet en la Universidad de Caen, en París.
Si Poincaré sólo tuvo una oportunidad, una sola noche para disfrutar de esa amante yo le entiendo cuando escribe esas cursilerías en su diario. Lawrence Durrell decía: “Con una mujer se puede hacer una de tres: quererla, sufrir o hacer literatura.” Por otro lado, Henry Miller dijo en sus diarios que un hombre escribe para expulsar el veneno que ha acumulado debido a su estilo de vida falso.
Sigamos con los diarios de Poincaré.
“Luego de llenarle de besos el cuello, resbalé las bragas por sus piernas y quedó completamente desnuda. Su piel blanca, de porcelana china, era fantástica. Besé sus palpitantes senos. Estaban tibios y deliciosamente frescos. La curva de su cintura era omnipotente. Suena un tanto exagerado decir “omnipotente”, es decir, que todo lo puede, pero no es menos. Su trasero todo lo puede, todo. Es un culo fantástico.”
Estos párrafos, si bien parecen bruscos, son extremadamente sinceros.
“Últimamente he pensado mucho en sus nalgas. Las he repasado con la imaginación. Las he mirado tanto, las he apretado tanto, las he besado, mordido, arañado, amasado y lamido, que me sé de memoria. Su culo, es un culo incongruente, ilógico, es un culo que se modifica, que se transforman, su culo es inteligente, un culo camaleónico, sabe mostrarse o esconderse, sabe hacerse superficial pero a la vez penetrante, sabe ser estremecedoramente frívolo y a la vez perspicaz. Hasta entonces, y a pesar de la vibrante revolcada que nos ofrecimos, sé pocas cosas suyas, pero tengo la seguridad que desde ya tengo un rayón en mi memoria producido por esas fabulosas carnes."
"Muchas veces he sentido que la suerte llega a su final, que la rueda de la fortuna gira y el ángulo de la miseria con sus penurias y tristezas se acerca para arrebatarme el ocio, la lectura, el café y las tardes de lluvia tirado en mi sofá, llega la angustia, el malestar, la tristeza. Gira la rueda, se alzan las responsabilidades y decaen los placeres. Giro atrapado en la maldita rueda y quedó atado en la firma de una factura, en un jodido escritorio de oficina, en una reunión con mis queridos y estúpidos colegas ingenieros. La rueda continua su efable circuito y la gente que habla tanto, los miriñaques de las señoritas, las festividades en la plaza, las tías solteronas y todo aquello que tanto aborrezco me atrapan en una viscosa y repelente melcocha. Mi alivio llega cuando pienso en su encuentro, su cara, su boca, sus palabras. Cuando pienso en su trasero vuelvo a tenerle fe a la vida, creo en dios y en el azar.”
“Estaba asustado y flácido. Me dio vergüenza. ¿Qué pensaría? Que soy un vejete, un impotente, un marica. Yo muriendo por hacerle el amor y ella pensando en mi tibieza. A mi sexo le hacía falta adaptarse a una nueva mirada.”
Llegados a este punto, me da lástima pensar en Poincaré. La desventaja que tenemos los hombres en el sexo es que no podemos actuar. Después de años de dedicación, uno puede interpretar a Hamlet o a Ricardo III, incluso a Romeo. Puede lograr, al cabo de un tiempo, una imitación más o menos digna de Marlon Brando en El padrino o de Al Pacino en Caracortada. Puede personificar a Terminator, a Batman, al Pingüino, a Neo, a Rocky. Puede concebir el papel que se le ocurra, armado de tenacidad y con buenos maestros; pero hay algo sobre lo cual nunca obtendrá resultados: jamás podrá actuar una erección.
“Menos mal llegó mi desquite. Después de esperar tanto tiempo, por fin, la curiosidad que tenía por su cuerpo quedó saciada. Recorrí con besos su cuerpo entero, desde sus tobillos hasta su frente. Mordí sus rodillas, la ingle y los hombros. Le besé la clavícula. Le besé el pubis. Jugamos al sexo en una y otra postura, y cuando flexionó una pierna, estiró el empeine, hizo un giro, levantó la cola y apreté con ganas su sensual cuadril griego. Oscilamos como gatos en un tejado. Su alma es una vorágine de violencia sexual.”
“Esa noche, estaba tan excitado que tuve que hacer un esfuerzo titánico para no descargarme al minuto. Ofrecí una oración por mis disciplinados ejercicios de respiración y las técnicas orientales de contención aprendidas. Uno puede pasarse la vida sin haber memorizado nunca una línea de Petrarca, pero lo que no se perdona es sufrir de eyaculación precoz.”
“Le acaricié el sexo. Dale otra vez, dijo ella, dale, tócame otra vez, pasa el dedo así, mira, así. De esto, dijo, nos estábamos perdiendo. Quiero que lo hagamos muchas veces, muchas muchas veces. Me encanta el sexo, dijo y me besó. Afuera se escuchaban cantaores de flamenco. Esas canciones no sonaron ahora, dije. Sí, contestó, sí sonaron. Le llené la cara de besos y su rostro quedó grabado en mis labios. Giró y le acaricié la espalada. Veintitres lunares tiene en ese cielo blanco. Ella dijo: me encantan tus ocurrencias cuando estás desnudo, eres más divertido así.”
“Más tarde, jadeante, me puse encima suyo y sentí, a través de mi cuerpo, el cuerpo de ella. Respiré su aliento acalorado. Mirándola fijamente a los ojos, me di cuenta de que ella no sólo había desnudó su cuerpo. Con el cabello suelto y sus piernas enredadas en las mías, había desnudado su rostro, su más íntimo rostro. Sin el más mínimo pudor había desnudado sus ojos y sus labios. Desde entonces conozco su verdadera mirada y su verdadera sonrisa. ¿Tú la has visto? ¿La conoces? ¿Te ha sonreído? Bien, esa sonrisa suya en la calle, no es su sonrisa. Esos ojos suyos en la calle, no son sus ojos, ni sus labios, ni su piel, ni nada. Para conocerla, tuve que desnudarla y hacerle el amor, como se lo hice esa madrugada. Sexándonos, no solo había desvestido su cuerpo, había desnudado sus movimientos, sus apetitos, sus deseos, su desenfreno, su pasión. Me confesó sin miedo y condicionamiento el laberinto de su historia. Me reveló sus amores, sus obsesiones, sus fracasos, sus temores y sus sueños. Desde entonces, la conozco a fondo. Sexándonos como animales salvajes, le confesé quien era yo y ella también me reveló quien era. Me enseñó todo lo que fue, lo que es y lo que será. Ya no quedaba misterio, ya no había espacio para las mentiras y las posibles máscaras quedaron completamente derrotadas.
Finalmente, me quedé espiando su cuerpo desnudo y perfecto y me dormí aterrado abrazando a la mujer más bella de la madrugada. No la he vuelto a ver. ¿Por qué se fue?”
Al parecer Madame Teresa du Châtelet dejó muy mal ubicado al francés. Tal vez tuvo miedo, tal vez se asustó por los motivos posteriores, por alguna confesión insospechada, pero lo cierto es que el francés no cuenta en sus diarios qué sucedió finalmente con Madame, tal vez, ni él supo lo que motivó su partida.
Para terminar Poincaré escribió: “Una historia de pasión puede volverse, muy fácilmente, una historia de amor, lo contrario es mucho más improbable.”
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