En el bachillerato fui alérgico a las matemáticas y al inglés. Pero en la universidad tuve que enfrentarme de nuevo a estas materias y aprendí a quererlas. Cuando comencé de nuevo con el inglés, tuve que hacer un gran esfuerzo mental y trabajarme sicológicamente para disfrutarlo: imprimí las letras de las baladas en inglés que siempre canté mal, visitaba el sitio de internet del The new York Times, sin importar que entendiera poco o nada de sus noticias, y en el centro de idiomas comencé a tener tratos con los extranjeros que venían a estudiar español: yo les hablaba en español, para que practicaran, y luego ellos me hablaban en inglés.
Todas estas estrategias para ver más sugestivo e interesante la segunda lengua, me acordaron los primeros semestres en la ingeniería, cuando comencé a estudiar Física y Cálculo. Sabemos que los peores profesores enseñan en el bachillerato, o al menos esa es la experiencia que muchos tenemos. De ellos sólo se aprende a odiar las matemáticas y la literatura. Yo también heredé ese odio y cuando comencé en la universidad tuve que enfrentarme de nuevo, y esta vez de manera seria, a las ecuaciones y a sus significados. De modo para ver más atractivos los conceptos y las ecuaciones de la Física, estuve buscando las biografías de Arquímedes, de Galileo y de Newton.
Me enteré de que Arquímedes era estratega militar. También supe que en 1992, luego de poco más de 350 años, el papa Juan Pablo II reconoció el error del Vaticano al condenar al viejo Galileo de 80 años, a un arresto domiciliario, luego de que casi lo queman. De Newton supe que había sido el primero en descubrir que el cálculo diferencial es la operación inversa del cálculo integral, un malabarismo matemático que se buscaba desde tiempo atrás por el resto de científicos europeos. Este tipo de lecturas fueron definitivas para ver desde otro foco la ciencia y fueron el motor de la motivación en el estudio de las matemáticas.
La literatura, en cambio, me la enseñó un amigo cuando estábamos en el ejército. Prestando guardia en las garitas de una base militar en las lomas del Poblado, con el fusil terciado y las cartucheras en la cintura, yo no pasaba las horas vigilando la reja y el bosque sino sentado y leyendo novela negra. Es decir, aprendí a leer novelas para tener en qué gastar el tiempo. La vida, todos lo sabemos, es una tontería. No sabemos para qué putas estamos en el mundo, pero aún así nos toca soportarlo. Por eso necesitamos inventarnos algo en qué gastar nuestras horas. La literatura es una excelente excusa para pasar el rato.
De todos modos, así como en el estudio del inglés y el cálculo, lo más importante es asumir una actitud distinta, tener conciencia del reto y enfrentarlo por los cachos.
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