Los alumnos de la universidad más irregulares, extraños y chocantes, son los primíparos. Para distinguirlos basta caminar por un pasillo de la universidad y ver una gallada de pollos que, vayan donde vayan, nunca se separan. Salen de clase riendo y chacotiando, como si fueran a recreo, y al recordar el documento que deben leer para la próxima semana, salen disparados en dirección de la fotocopiadora. Y todos hacen fila.
Pero no es lo único. Van al baño a la misma vez, almuerzan juntos y en patota invaden la biblioteca. Es entonces cuando se comprueba que un primíparo no sabe estudiar. Porque, en combo, es la peor manera de preparar un parcial. Un grupo así de grande, con cuadernos, libros y calculadoras, hace de todo, chismosear, reír, galantear, joder, hablar, de todo, menos estudiar.
Pero los primíparos creen que lo están pasando kool, que la universidad es un solle, y que todos allí se comportan como ellos. Aún no entienden que deben administrar con cautela las horas de estudio, pues no han perdido tres materias en el mismo semestre. Todavía no se preocupan por afinar una técnica de estudio, una que garantice buenas notas y pocas trasnochadas. En el primer semestre aún no saben estudiar directamente de los libros, sino que se conforman con las notas tomadas en el cuaderno de clase. Esa es, precisamente, una triste herencia del colegio: no haber desarrollado el gusto por los libros. Un bachiller no se lee, a convicción, una novela, no sabe hacer un resumen, ni buscar una tesis y un argumento, y sabe menos interpretar el lenguaje formal de un libro de Cálculo o de Física elemental.
Los primíparos de la universidad se parecen a los reclutas del ejército. Ambos comparten el desconocimiento de las mínimas reglas de las instituciones en las que están. Los reclutas, por ejemplo, en la instrucción, mantienen las botas sin lustrar, la hebilla de la correa opaca y la sombra de la barba. No saben disparar, ni limpiar un fusil. No consiguen marchar en forma ordenada y vuelven una pelotera la formación, no practican la mínima cortesía militar y no saben cantar de memoria las once estrofas del himno nacional. Los reclutas no visten de camuflado, sino de habano. Como no saben la milicia, entonces no se les permite vestir con el tradicional uniforme color verde camuflado, pues llevar “el camuflado” es un premio y “los reclus” aún no lo merecen, aún no se lo ganan. De manera que, mientras entrenan, tienen que llevar puesto “el habano” ―uniforme color caqui, que no tiene gorra, sino quepis―. De esta forma se distinguen de los soldados antiguos y los comandantes pueden vigilarlos y controlarlos más fácilmente, pues nadie quiere un recluta por ahí suelto en el batallón, metiendo la pata por causa de su ingenuidad. El tiempo de instrucción, en un batallón, es el periodo más duro y frustrante del servicio militar. Ser recluta es lo peor. Además de toda la mierda que se come en el entrenamiento, llevar siempre “el habano” es permanecer en el ridículo. Incluso, una forma de castigar sicológicamente a un soldado antiguo, es decomisarle “el camuflado” y obligarlo a usar de nuevo “el habano”. La sanción resulta una verdadera vergüenza.
El entrenamiento de los reclutas dura tres meses. Al cabo de este periodo, y tras haber ganado los exámenes correspondientes a la milicia, el premio es poder lucir “el camuflado” y empezar a cumplir misiones de soldados.
En la universidad, por el contrario, no hay manera de obligar a los primíparos para que lleven uniforme. Pero la verdad es que no lo necesitan. Con sólo verlos a la distancia, se sabe quién se trata. Pero el entrenamiento de un primíparo dura seis meses, incluso hay quienes necesitan un año para entrar a tono. Cuando están en tercer semestre, luego de repetir cálculo diferencial, física del movimiento y algebra lineal, ya han dejado de andar todos juntos, dejaron la insolencia de reír en clase de “dinámica” y se tornan más seguros para preguntarle al profesor lo que no entienden. En tercer semestre, cuando miran a los primíparos que van a la zaga, se dan cuenta de la torpeza de los nuevos y de lo equivocados que estaban, cuando estaban en ese punto, al pensar que todos en la universidad actuaban como ellos.
Los primíparos, como los reclutas, inspiran poco aprecio y consideración, rallan en el ridículo y llegan a producir risa. Pero en la universidad todos hemos pasado por novatos. Menos mal la primiparada nos dura poco tiempo.
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